viernes, 8 de febrero de 2008

Carne picada con lágrimas




Apoyada en la vitrocerámica, aprovecho para escribir mientras doy vueltas a la carne picada. También de cuando en cuando me acerco a mirar por la ventana. De hecho, sólo tengo que dar un paso a la izquierda . Por eso me gusta tanto esta cocina, porque mientras preparo las comidas alcanzo a ver un trocito de cielo, anaranjado y lánguido, en esta tarde que está próxima a terminar. O tal vez sea yo la que está hoy lánguida y melancólica y no el atardecer.

Tengo ganas de llorar.

A pesar de que hace un par de días le dijese a Amaro que llorar me resultaba dificil a causa de las pastillas. Ladrones de lágrimas. Eso les llama él a quienes las recetan. Por eso sólo tengo ganas de llorar pero no mucho. Sólo un poco.

Ya es hora de añadir el tomate. También, aprovechando, voy a dejar caer unas cuantas lágrimas, en vez de la sal. Puede que Congo y Senia no se dén cuenta ¿Y si dicen que está muy rica la comida y se acostumbran al aderezo de lágrimas? Siempre no podré llorar aunque lo intente. Todos los días no van a ser como hoy. Lo sé.

En fin.

Voy a cerrar ya la olla a presión, colocar la válvula de escape y dejar hacer a fuego lento. Recoger las tortugas de la ventana y salir de la cocina.

Por hoy ya he tenido bastante.

1 comentario:

Anónimo dijo...

De todas formas, aun así, me preocupan a mí, más, aquellas otras lágrimas que lloran hacia adentro, matando el alma.

Esas son malas y asesinas. Con esas, nadie debería llorar. Y lo que es peor, hay quien sabe cómo provocarlas... También ellos, asesinos de almas.

Y es que, entre lágrima y lágrima, he visto hoy a un hombre llorar. Sí, es cierto. Con pena. Desconsolado. Esta mañana. En mi trabajo. Y el alma se me escondió bajo las sombras de mi tristeza.

Guillermo.